Un abogado de metros cuadrados
Muy joven salió de Cucunubá, un pueblo cercano a Bogotá. Su plan era sencillo: estudiar y buscar la vida en la capital. A estos objetivos habría de dedicar sus esfuerzos y sobre todo, una férrea voluntad. Como suele ocurrir en estos casos, la persistencia y la disciplina suelen dar frutos.
Pedro Gómez Barrero ha contado a sus amigos que su padre era agricultor y la familia pasaba por muchas dificultades económicas. “A mí solo me importaba salir de allí y llegar a ser un gran abogado, entonces me imaginaba en un tribunal importante y siendo un miembro de la Corte Suprema de Justicia”. Pero las realidades suelen anteponerse a los más hermosos sueños. Culminados sus estudios de bachillerato, seguía apegado a la obsesión de ser abogado, profesión por demás de una extraordinaria validez social en Colombia. Sin embargo, llegó a confesar con tristeza que “era pobre y no tenía manera de conseguir el dinero para estudiar”.
A través de un amigo familiar, logró que el entonces ministro de Agricultura, Pedro Castro, le diera una cita y le ofreciera un puesto que le permitiera estudiar y salir adelante. Pero la oferta no era muy tentadora, Castro le dijo al joven Gómez, con toda la confianza del caso: “Te cuento que no sé qué tenga para ti, déjame ver qué encuentro. Mira unos papeles, indaga con otras dependencias, porque de verdad solo tengo un puesto que ofrecerte: celador”.
Lo que parecía una oferta poco atractiva se convirtió en cambio en la oportunidad que acariciaba el pichón de litigante. El cargo de celador nocturno le reportaría a la postre grandes beneficios. “Como celador con un turno de seis horas no había absolutamente nada que hacer diferente de estudiar. Mientras los otros compañeros estudiaban solo unas dos horas, yo tenía que estudiar seis y muchas veces hasta más”.
De esta manera, con el dinero que le pagaban, pudo matricularse en la Universidad del Rosario, y con la constancia que le daban sus largas horas de lectura logró las mejores notas, lo cual lo hizo merecedor de una beca por 25 pesos. Ya entonces había perfilado su camino: se le abrió una cadena de éxitos estudiantiles, lo designaron Prefecto de Externos y Secretario General de la universidad, y al poco tiempo se graduaba con una novedosa tesis sobre la buena fe en el derecho privado. Ya era juez 3º civil municipal y había llegado la hora de contraer matrimonio.
¿Pero qué tiene que ver la difícil niñez y adolescencia del abogado Gómez Barrero con su aparatosa y brillante carrera como el constructor más importante de Colombia? Desde un puesto en la Alcaldía Mayor de Bogotá en 1957, durante la gestión de Fernando Mazuera, fue nombrado personero delegado en materia administrativa y su primera misión consistió en asesorar a los alcaldes menores y vigilar muy de cerca, prácticamente con instinto policial el desarrollo de las urbanizaciones piratas. Con el tiempo confesó: “En ese puesto comencé a relacionarme con el campo de la construcción, conocimiento que se profundizó luego con la experiencia como jefe del Departamento de Valoración”. 10 años después Gómez era uno de los ejecutivos estrella en el sector de la construcción y fue ahí cuando decidió renunciar y formar su propia compañía
El milagro de Unicentro
Al poco tiempo su compañía ya era una modesta pero próspera empresa constructora, tenía una buena imagen en el sector y avanzaba en el levantamiento de varias urbanizaciones. En 1974 decidió dar otro salto más al abismo, tal vez más grande que el que había dado cuando quiso dejar de ser empleado o cuando daba curso a sus sueños infantiles en Cucunubá; simple y llanamente decidió construir el primer gran centro comercial de Colombia.
Se había dado cuenta de que en todas las capitales importantes del mundo los centros comerciales eran prácticamente ciudadelas integradas a la ciudad, mientras que en Colombia lo que existía eran grandes almacenes o pequeños centros comerciales. Pero era sin duda un proyecto quijotesco, una propuesta delirante para muchos de sus amigos.
Con la excepción del pasaje Rivas –el primer comercio con estilo europeo fundado en 1901– Bogotá estaba retrasada por lo menos en unos 20 años, en materia de los centros comerciales que ya funcionaban en Estados Unidos, Europa y otras ciudades latinoamericanas. De esa convicción nació justamente la idea de Unicentro.
Además de conseguir el dinero para el ambicioso proyecto, el problema más difícil que enfrentaba entonces era conseguir un gran lote. Gómez Barrero decía que “un centro comercial que cambiara el concepto de ventas al público requería ser muy grande y estar muy bien situado”. Se dedicó entonces a la búsqueda del especio ideal. Fue una exploración exhaustiva y difícil hasta que dio con lo que parecía un milagro: 34 hectáreas entre la Calle 100 y el Country Club de Bogotá. La propietaria, Gloria Gómez, heredera de Pepe Sierra –quien llegó a ser famoso por haber sido el dueño de todas las tierras que hoy constituyen el barrio El Chicó– se interesó por el proyecto y aceptó vender.
El gran pionero y el hombre público
Curiosamente Unicentro tropezó con muchas dificultades, era de una dimensión 50 veces superior a cualquier cosa que Gómez hubiera manejado en el pasado. “Nadie entendía el proyecto”, dice. “Muchos pensaban que yo me iba a quebrar. Es que por primera vez se iban a construir en Bogotá 70.000 m² exclusivamente para un centro comercial. Era como si un particular estuviera haciendo Brasilia”. Las angustias iniciales fueron superadas con creces y a partir de ese momento Gómez se convirtió en el pionero de este tipo de establecimientos en Colombia. Construyó sendos Unicentros en Cali y Medellín, dos hoteles en Bogotá, bodegas y oficinas, y el Centro Comercial Andino.
Pedro Gómez Barrero preside muchas empresas en Colombia y también en otros países, así mismo ha incursionado en funciones públicas e incluso diplomáticas. Los niños también han estado en su concepción urbanística: en la zona de Metrópolis en Bogotá construyó 6.000 unidades habitacionales de amplio espacio, implantó el concepto de parques temáticos educativos, y en 2006 abrió Divercity, un concepto que opera en Colombia, Perú y Guatemala.
En funciones públicas ha sido juez civil y personero de Bogotá, miembro del consejo directivo de la Universidad de Los Andes y del instituto de investigación Ser. Su vena didáctica lo llevó en 1998 a crear el premio Compartir al maestro, para reconocer la disciplina y el buen ejemplo que recibió de sus profesores, y es que para Gómez “los maestros son el eje de la sociedad y hay que hacerles no solo reconocimiento social con premios como éste sino con mejores remuneraciones”.
En funciones públicas ha sido juez civil y personero de Bogotá, miembro del consejo directivo de la Universidad de Los Andes y del instituto de investigación Ser. Su vena didáctica lo llevó en 1998 a crear el premio Compartir al maestro, para reconocer la disciplina y el buen ejemplo que recibió de sus profesores, y es que para Gómez “los maestros son el eje de la sociedad y hay que hacerles no solo reconocimiento social con premios como éste sino con mejores remuneraciones”.
En 2009 dejó de ser Gerente General de su empresa y nombró un timonel independiente, aunque sigue vinculado a Pedro Gómez y Cía en la Junta Directiva y como socio.
Diplomático en Caracas
Otra experiencia en el sector público de Gómez Barrero fue la de embajador en Venezuela. Le correspondió sortear los incidentes y las matanzas generadas en el Amparo y Perijá, en la frontera colombo-venezolana. Y sobre todo, manejar la grave crisis causada por la incursión de la corbeta Caldas en aguas del Golfo de Venezuela, que estuvo a punto de provocar un grave conflicto militar entre los dos países.
Cuenta Gómez que cuando llegó la orden del presidente Virgilio Barco de retirar la corbeta Caldas el gobierno colombiano aspiraba que el gobierno venezolano también retirara sus barcos de guerra. “Me dieron órdenes entonces como Embajador de transmitirle este mensaje a Simón Alberto Consalvi, el canciller venezolano de la época. Durante 24 horas lo busqué por todas partes y no lo encontré, en un último esfuerzo llamé a su casa y me contestó una mujer; después de que le dije que necesitaba con urgencia conversar con su patrón me contestó: “mi embajador, no se preocupe, yo soy colombiana y le soluciono el problema”. Dicho y hecho, en pocos minutos esta patriótica muchacha de servicio me consiguió a Consalvi, hablé con él y se solucionó la crisis”.
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